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La pataleta del supremo - Alfredo Molano Bravo PDF Imprimir Correo

Sábado, 24 de noviembre de 2007

Comencemos por el principio: Uribe sabía quién era Chávez. No podía ignorar las ideas del presidente venezolano y una cierta afinidad ideológica con las guerrillas colombianas. Pero, por otro lado, sabía —y sabe a ciencia cierta— que seis mil millones de dólares de comercio exterior entre los dos países son una cifra muy pesada. Estaba además medio resentido con los EEUU por los recibimientos de baranda que últimamente le habían hecho, donde de reojo un funcionario menor le preguntaba: ¿Y qué hay de los sindicalistas asesinados? Para completar, Uribe —de tanto repetir que los guerrilleros son unas bestias— terminó pensando que el ojo del amo engorda el caballo y que Marulanda era un ser blandito, tímido, huraño, que se deslumbra con un celular y que se le abriría de piernas a Chávez tan pronto éste le hiciera un guiño. Sumando todo, era un negocio barato en que poco se arriesgaba y que podría producir enorme rédito: entregar a Íngrid en manos de Sarkozy a los acordes de la Marsellesa.


 


Eliseo mata Miraflores. Era el pensado. Los epígonos de palacio, que son muchos y bien pagos, aplaudieron frenéticos hasta despellejarse las palmas de las manos. Uribe, a pesar de saber de bestias, poco aplica aquello de que una cosa piensan ellas y otro el que las enjalma. Más aún, no entendió bien que todos los apostadores estarían jugando igual que él, a ganar imagen política. Chávez en su pendencia con Bush y con todos los “cachorros del imperio” aumentaría su figura de líder continental, porque además del intercambio, el comandante iba tras la negociación de “paz en integral”. Sarkozy buscaba repetir el trato que su mujer Cecilia cerró con Kadhafi: recibir cinco enfermeras condenadas a muerte por un error médico a cambio de un reactor nuclear para desalinizar agua de mar y un cargamento de fierros para el ejército libio. Las Farc buscaban lo que siempre han buscado con el intercambio: reconocimiento político. Y lo estaban logrando rápido y en grande. La publicidad hecha por el binomio fuerzas armadas-empresa privada contra los bárbaros comenzaba a tener efectos contraproducentes y el viento del sureste dejaba al descubierto la femoral del torero. Uribe no calculó que las Farc ganaran tanto en tan poco tiempo.

A la Seguridad Democrática se le habían ido miles de millones de dólares en mostrar a las guerrillas como meros terroristas y en sólo tres meses el champú de Caracas les limpiaba la cara y las ponía a hacer política en las escalinatas de Miraflores. Inaceptable, quedaríamos como un trapo, dirían a coro Uribito, José Obdulio y Luis Carlos. Los militares, con sus métodos de persuasión —“negativos calculados y positivos falsos”—, le habrían puesto al Presidente la cabeza como un túmbilo. Los Santos se hubieran sentado en el andén de Palacio a comer sapos. Todo este jet-set del poder se dio cabal cuenta para dónde iban las cosas y se dedicaron a cranearse todo tipo de quiebrapatas para hacer tropezar a Chávez, a quien sabían desabrochado, dicharachero, irreverente.

Todo el staff presidencial, incluyendo al alto mando, andaba lupa en mano buscándole el quiebre a Chávez, y a la Negra: que la bufanda, que el turbante, que la cachucha, que el abrazo, que la escalera. Las pruebas de vida que las Farc prometieron y que sin que exista justificación válida alguna no han aparecido, fue un grosero desaire de Marulanda a Chávez y a la Negra, que eran los garantes de la entrega de esas certificaciones sobre las que estaban puestos todos los reflectores de la prensa mundial. Papaya puesta, papaya comida. El vacío prepara la histérica mis en scène de Uribe, quien prefirió condenar al subterráneo a los colombianos y a los gringos que tienen las Farc, antes que aceptar, aunque fuera superficial, un solo rasguño a su flamante Seguridad Democrática, es decir, a su política de guerra a muerte. Porque de esa institucionalidad es de la que habla el Gobierno cuando justifica el rompimiento. En el fondo, lo que hemos visto es un mero trofeo de ganancias políticas y no un intercambio por razones humanitarias de personas que sufren en cárceles y selvas sometidas a voluntades ajenas. Como no pueden todas las fuerzas del torneo ganar por igual, se le ha dado una patada al tablero. La gente se pregunta: ¿Y ahora sin Chávez quien podrá defenderlos? Lina, sin duda, a la manera de la primera dama de Francia y esposa de Sarkozy.



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